Miro hacia arriba, no distingo a ver nada más que algunas ramas de árboles desnudos y trozos de gris cielo, bajo de nuevo la cabeza.
Observo con detenimiento cada rincón de este triste sendero, en el suelo se acumulan trozos de vida rotos, lágrimas heladas y suspiros guardados en cáscaras de nuez. Oigo el palapitar lento de los árboles, el murmullo de sus extremidades cuando el viento acompasa sus sollozos. Escucho con atención el grito agónico de un pájaro que no se atreve a volar, que no desea abandonar su nido. La lluvia comienza su danza, gotas frías manchan el camino y dificultan el retroceso.
Nos encontramos en una espiral de memorias, el pájaro, las lágrimas, los suspiros y el cada vez más lento palpitar de mi corazón.
La soledad está presente.