Los meses enredados en los pelos de tus brazos susurran bonitos e infantiles y piden una última oportunidad de enredarse conmigo, como si de verdad guardaran la esperanza de que eso fuera posible. En esos susurros distingo el sabor de la miel que un día compartí contigo, cuando no era del todo imposible y la realidad no golpeaba con tanta fuerza en la nuca los días soleados.
Yo sé que a ti eso te da igual. No te preocupas de los susurros casi inaudibles de los poros de tu piel, no te preocupas de esa melodía vagamente capaz de hacerte recordar lo que un día fueron bellos tiempos. No te preocupas de creer, de confiar, de soñar en mis ojos que ya no saben llorar.
En el transcurso de tus meses robados he admirado la belleza de tu caminar y la agudeza fina y elegante de tu voz al hablar. He podido ver que no te has ido del todo, como yo creía. He podido ver que sigues aquí a pesar de que yo te haya dejado marchar por culpa de un tonto verano que me quiso asfixiar.
En el vaivén de tu lengua y de tu voz al temblar he descubierto que eres como un recuerdo de cristal, al que no quiero, no quiero dejar marchar. No quiero que jamás me escribas palabras de esas que duelen inmensamente y que son tan especiales cuando tus dedos las dibujan y queman cuando tus labios las bailan en las noches de verano, cuando no parece del todo imposible.
Los poemas de amor que escribes a la vez que caminas se perderán en tus ayeres y no dormirán conmigo si tus manos no me acarician con las palabras que los componen. Si tú no dejas de hablar de cuentos y de hadas que te hacen imposible vivir en esta realidad. Si tú no me permites volar.
No quiero mentir, porque eso dañaría más aún los recuerdos que colecciono de ti, así que diré que sí, que tengo miedo y que tú jamás estuviste a mi lado. Así que diré que te echo de menos a pesar de que hace tiempo prometí al mar, a la luna, a Afrodita, a mi ciudad, a mis peces y a mis gnomos que jamás te añoraría de nuevo como aquel Abril que regresa otra vez y que se esconde debajo de tu piel para sonreír y decir que yo aún sigo aquí.
No sirvo para otra cosa más que para escribir(te) y tú jamás me leerás.
O quizás sí.