Éramos dos soledades entrelazadas por el gris de los días lluviosos de Asturias. Éramos eso, nada más que gotas de rocío bañando las mejillas sonrosadas de las tardes de domingo. Éramos, en definitiva, imposibles. El destino no nos quiso poner de la mano, pero sí nos agarró del corazón con una de esas uniones confusas entre lo fraterno y lo amoroso que tanto duelen. Tú lo sabías, lo nuestro no era nada más que un tú y un yo tímidos que jamás se fundirían en uno solo. Era algo simple y fácil de entender para nuestras cabezas, pero no creo que fuera así de sencillo para nuestro corazón. Al menos no para el mío, que todavía se cree el cuento de que todo vale en el amor. Y el pobre no comprende que para hablar de amor, primero hay que asegurarse contra la decepción, proveerse de armaduras contra la tristeza e intentar llorar bajito para no ahuyentar a Cupido.
De todos modos, hemos luchado a nuestra manera contra el destino. A pesar de su dictadura no nos hemos negado los abrazos que necesitábamos, los besos prudentes llenos de amor contenido, las caricias y las medias sonrisas. Ni siquiera nos hemos resistido a mirarnos con deseo y ternura en las ocasiones menos adecuadas. Es nuestra peculiar manera de hacernos felices rompiéndonos por dentro. Nuestra extraña manera de dar sentido al carpe diem, sin que éste encuentre su esencia real. Y entiendo a Sabina cuando cantaba con amargura:
"Un dios triste y envidioso
nos castigó por trepar juntos el árbol
y atracarnos con la flor de la pasión,
por probar aquel sabor..."
Pues me siento encarcelada por algún capricho divino al no poder correr hacia ti y besarte en los labios. Me siento atrapada por el tiempo que paso soñándote y escribiendo tus iniciales en todos lados, como si de esa manera pudiera sentir cerca tu piel. No creía en los amores malditos hasta el día en que me enamoré de ti. Hasta el feliz día que en mi mente apareciste y amueblaste mi cabeza a tu gusto, rompiendo cómo sólo tú sabes todos mis esquemas. No creía, no, en eso del amor imposible. Y ahora me destroza por dentro.
Sin embargo, a mi favor y en contra del capricho celestial, diré que quizás tú y yo jamás seamos un nosotros, pero no nos privaremos de regalarnos la alegría que nos producimos el uno al otro, aunque eso nos acabe destruyendo.
"[...]Recuerdo una anécdota en apariencia trivial pero con mucha carga de profundidad; vamos, de abrigo. Hace algún tiempo llevé unos guantes asimétricos que pertenecían a la mano derecha e izquierda de sendos pares extraviados. Reconozco haber lucido alegre esa cromática y vistosa disparidad. No formaban pareja, es cierto, pero quitaban el frío."
Javier Almuzara - Catálogo de asombros. (2012)