Nunca creí que podría encontrarme a mí misma. En esta cueva en la que vivo lo único que se percibe es un frío horrible, unas cuántas sombras en movimiento y un golpeteo aterrador en el pecho.
En esta cueva en la que vivo no puedo contemplar más que la luna y alguna estrella, entre todas esas nubes, no alcanzo a ver más.
Las paredes de piedra susurran cosas, cosas que nunca logro entender. Sus palabras son difíciles de oír con todo ese ruido que hace el maldito silencio.
La soledad no para de bailar, allí, al fondo de la cueva. Se mueve lenta y sensualmente. Estoy segura de que desea decirme algo importante. Pero mi oído no quiere escucharla.
Permanezco sentada, con la espalda apoyada en una piedra en la que escribo esta palabras, para que sepas que cuando leas esto, seré ceniza en un cueva.
Ceniza de un persona que nunca supo quién fue.
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