sábado, 23 de noviembre de 2013

Supuesto final.


No se merecía esto. Él no merecía este final. La historia que protagonizó tendría que haber acabado de otra manera. Yo jamás quise que esto terminara de forma tan amarga, jamás deseé que su cuerpo cayera por mí.
Recuerdo las últimas palabras que le dije: "Veo en tus ojos cómo nace el otoño." Él sólo asintió con una media sonrisa y bajó la mirada entristecido. En aquel momento hubiera deseado acariciarle la mejilla, enredar mis dedos en su pelo y susurrarle que todo saldría bien. Pero no lo hice, le hubiera mentido. Sabíamos que nada iba a salir bien, él sabía que nada iba a salir bien. En lugar de eso, le tomé la mano y miré al cielo con ganas de tener esperanza. Él sabía que no la tenía, pero me apretó la mano y la soltó. Luego se fue. No le volví a ver.
No se merecía lo que le pasó. Estoy segura de que vosotros pensáis como yo. Nadie merece un final así, pero supongo que en realidad, nadie merece un final, un final a secas. Quiero decir, es fácil asumir que la muerte nos llega a todos, pero no es fácil comprenderlo. Lo asumes porque has de hacerlo, es simple: naces, quizás vives y más tarde, mueres. Pero no creo que nadie lo comprenda del todo, nadie empatiza con la muerte. Jamás ocurre. No está en nuestra naturaleza comprender algo tan extraño como que la muerte acaba con lo que nosotros no quisimos empezar. Si lo piensas bien, es hasta cruel. Me refiero, nadie elige nacer, pero aún así lo haces, y todavía es más, pues asumes que debes vivir y vives. Pasas años viviendo algo que no elegiste y cuando te acostumbras, llega una negra figura y te lo arrebata. Sin más, como si le importara una mierda todo lo que conseguiste, como si el mundo entero fuera ajeno a tu vivencia personal y todo lo que ello conlleva. 
Creo que es cierto, nadie merece un final. Yo me niego a que mi vida llegue a un final, no quiero simplificarme tanto y quedar reducida a cenizas sin más. Juro que no lo haré. Yo quiero que mi vida tenga una trascendencia importante en los demás, que mi supuesto final sirva para que todos los demás también sean supuestos. Perduraré en el recuerdo de los que me han querido y quiero. Y serán mis letras las que hagan el resto. Perduraré en los torpes versos que creo y en las pocas prosas que poseen sentido. Mi final sólo llegará cuando mis palabras sean quemadas, y ni siquiera así, pues mis palabras quedarán en las mentes y, confío, en los corazones de todos aquellos que las leyeron. 
Sin embargo, él no quedará registrado en la eternidad por sus palabras, sino por las mías. Cada una de ellas guardan un pedacito de él, cada sílaba late y se agita como imagino que lo haría su pecho en los últimos alientos.
No se merecía esto, nadie se lo merece. Jamás deseé que su cuerpo cayera por mí. Aunque, si tuviera que elegir mi supuesto final, seria exactamente el que él eligió. Nada más bello que poner punto y final por amor.