Eran días bellos y tranquilos. A través de la ventana el cielo adquiría un azul pálido y bebé y todo lo demás desaparecía y era tragado por su belleza cristalina. El viento, las ramas, los susurros, el invierno y las lluvias se desvanecían poco a poco y una inquietante paz lo envolvía todo. Eran tiempos rotos y blancos, llenos de esa bella tristeza que te hace sonreír y que te ata a las sábanas y a los versos. Eran tiempos templados y planos, carentes de emociones y aventura.
Él no estaba allí. De hecho no había un él al que otorgar ese nombre. En mi imaginación, por supuesto, sí que existía y permanecía callado y sonriente, lleno de ternura y cariño que regalarme. Sus ojos eran como el musgo y sus labios, rosados y carnosos. Él no se desvanecía como el viento, las ramas, los susurros, las lluvias o Febrero; él guardaba su puesto en mi cabeza entre los recuerdos que debería olvidar y los nombres de los autores trágicos más representativos.
"Tu mirada me hace temblar. No puedo parar de temblar cuando te recuerdo y es que continuamente estás aquí, tan cerca de mí. Siento tus caricias, el roce de tus labios, el calor de tu voz y las miradas que viajan más allá. De mil maneras me gustaría decirte todo esto, si pudiera. De mil maneras diferentes me gustaría contarte todo lo que se me pasa por la mente y no puedo escribir. Las letras no me cansan, créeme, pero (sin ti) me siento tan vacía."
Eran tiempos bellos que jamás deberían ser olvidados.