domingo, 27 de mayo de 2012

Las meriendas de los domingos.

En la cocina ya no hay más bollos rellenos de chocolate. Creo que se fueron contigo, tú te los llevaste porque tu camino iba a ser demasiado largo. No pensaste en mí. Dime ¿Y ahora cómo meriendo las horas muertas del domingo si no tengo bollos? 
El zumo de melocotón corre por las paredes mojando la cocina e inundando el corazón. El frutero está lleno de manzanas verdes y una naranja rompe la monotonía de ese feo verde. Lleva ahí desde Enero, pero no es la única, no. Aquellas llaves que cuelgan del pomo de la puerta del armario también llevan allí desde Enero y también esa flor marchita pegada a la nevera con un imán. Y los sentimientos de culpa y el bote lleno del Nesquik, que yo me pregunto todavía qué hace ahí. ¡Soy más de Cola-Cao! Y desde Enero los pájaros ya no cantan, las galletas están blandas y el reloj de pared ya no suena, ya no suena desde Enero.
¡Y qué importa! Lo importante es la pérdida de tu confianza que se ha dormido y no piensa despertar. Mira, mira allí a tu confianza, entre la manzana y la naranja, convertida en mosquita de la fruta. Y si miras al techo blanco de la cocina verás una pequeña tela de polvo que cuelga en la esquina. No es más que una lágrima que se derramó causando un terremoto en tu interior allá por Navidad cuando comer polvorones era lo normal. No es más que un trocito de tristeza gris que no se digiere con facilidad.
Y ahora miras por la ventana mientras te comes un bollito de chocolate y me recuerdas. Sonríes porque sabes que el bollo que ahora te llevas a la boca iba a ser mi merienda, mi pequeña ayuda para sobrellevar este domingo tan absurdo como los demás. Sabes que ahora estoy demasiado lejos, en unas horas entre el domingo y el lunes, entre esas horas de las que tú siempre huiste. Tú vivías en un eterno sábado lleno de excesos del que no sabías salir. 
Por la ventana distingues una pequeña capa de niebla nada propia de este Mayo al que intentas enfrentarte con unas chanclas gastadas y un cigarro mal liado. Recuerdas que yo hasta Mayo llevaba esa sudadera gris y dormía con pantalones largos. Tú siempre reías, reías y reías y no sé por qué. Quizás fueran los efectos del desgastado pasar de los versos por mi mirada o la estridente danza de mis pensamientos en la cabeza. Da igual.
Me levanto y vuelvo en busca de algo con lo que acompañar la insana merienda de los domingos, pero tan sólo me encuentro recuerdos y más recuerdos de ti. Ojalá no te hubieras ido y llevado hasta el último bollito.




martes, 22 de mayo de 2012

La poesía nace en los supermercados.

Tú insistes en huir, en decir que se ha quedado todo en Madrid. En una callejuela poco transitada donde sólo las ratas podían respirar. Insistes en volver, en dejarlo todo atrás y regresar, en compartir cama en un hostal y en ver a la Luna bailar. Insistes en despegar los pies del suelo y en sentir que jamás de los jamases recordarás la sonrisa cálida de la mañana regalándote una taza de café caliente, sin leche, solo, como tú.
Yo insisto en vivir, sin más. En vivir una vida de lo más normal. Escaparme de vez en cuando de casa aún teniendo que estudiar y perderme en una biblioteca en la que todo me recuerda que tengo un sueño que cumplir. Insisto en perder de nuevo ese autobús que cada vez pasa más pronto o simplemente sea, que quizás ya no madrugo tanto como antes. O simplemente sea que ya no tengo por quién madrugar.
Pero sigues diciendo que necesitas respirar, que te ahogas en una ciudad tan pequeña como esta, que necesitas volver a Madrid, volver a coger el metro, y perderte, y equivocarte de línea, y llamarme desesperado a la vez que ríes, y decirme que has visto a Amélie corriendo con un gnomo de jardín entre los brazos. Dices que necesitas oír mi voz tranquila diciéndote que no pasa nada, que seguro que a Amélie le irá bien.
Y aunque sé que te empiezas a cansar, yo te digo que me ahogo sin este mar. Que no puedo vivir sin sentir que a escasos metros de aquí se encuentra la gente que más quiero, que no puedo vivir sin correr para alcanzar ese autobús y, que aunque te parezca de locos, yo fui feliz aquí.
Y sin más sigues diciendo que aquí ya no hay magia, que la poesía se quedó en Madrid, en un bar donde señores con boina se sentaban y escribían, y bebían, y lloraban, y morían, y nacían. Sigues diciendo que aquí ya no hay más que carteles de "Se busca...", que son las únicas palabras que lees al mirar las paredes y los muros. Y no paras de decir que si huyera contigo a Madrid, leería poesía hasta en los ojos de la gente al pasar.
Pero yo sigo diciendo que la poesía nace en los supermercados, en las colas de las cajas de máximo diez productos, en la mirada perdida de una señora que no encuentra el detergente, en la sección de higiene con el aroma a champú, geles y desodorante y en la sección de chocolates con cajas de bombones en forma de corazón. Sigo insistiendo que para mí la poesía no es una gran ciudad, un bonito bosque, una espléndida explanada llena de flores. Para mí la poesía es huir, sí, pero huir a un supermercado donde esa señora mayor sigue sin encontrar el detergente. Huir y coger un tren, y perderme en las palabras del periódico que lee el señor de traje a mi lado. Huir y regresar, y mirar por la ventana, y llorar, y volver a huir. 
Y eso, eso sí es poesía, magia.



viernes, 18 de mayo de 2012

Y ahora Mayo se disfraza de Febrero.


Y ahora en la boca se deshacen las palabras que hablaban de amor y ternura. Se mueren los días como se desmayan los pájaros y el aire te despeina y te convierte en alguien adorable.
En la barra del bar siguen sirviendo Coca-Colas calientes y la música sigue atronando, como siempre. Ahora los viernes se tiñen de domingos y los meses se escabullen mientras cantan viejas canciones de despedida.
Mañana será un hoy repetido, aunque lo intentaré cambiar por un beso tuyo. Y mañana quizás las Coca-Colas del bar ya hayan enfriado con el beso helado de este Mayo que busca ser Febrero.
Todos los días mueren las miradas entre la calidez de las sábanas y como dije ya, los días se convierten en domingos cansados y melancólicos. Te enamoras de quien no debes, pero decides arriesgar y te caes, y tropiezas, y lloras cuando lo intentas, pero no pasa nada. Sigue sonriendo, un golpe más no importa ya.
Pasan los días entre bebidas con gas en la biblioteca y libros y libros que leer. Pasan los días con mil apuntes y mil tareas. Pasan los días y ni siquiera sabes que pasan, pero sí, pasan.
Echas la culpa al amor, aún sabiendo que es el único que te podrá salvar. Te mueres por ese beso, pero jamás te atreverás a romper ese silencio. 
"Son buenos tiempos para cambiar." Sólo eso se oye en tu cabeza mientras corres para alcanzar ese maldito autobús. "Mañana me levantaré más temprano"-piensas. Pero sabes que es mentira, que no lo harás y aunque quieras cambiar, tu pelo se seguirá enredando por las mañanas y tu cara seguirá siendo la de la niña triste que se muere de pena en un Mayo que se disfraza de Febrero. Seguirás rompiendo canciones con la voz cascada de pena, seguirás llorando en el último día mientras maldices a este odiado Mayo que te roba la primavera y se disfraza de Febrero.


 Pasaros por Y los fantasmas pueden traer flores. Estamos de concurso.

lunes, 14 de mayo de 2012

Treasure.

-Recuerda que yo siempre te he querido-susurra ella al viento. Recuerda que jamás te dejé solo, que nunca quise perderte de vista, que aproveché cada instante, cada pequeño momento para estar a tu lado. Y ahora te has ido, y me duele el corazón.
Yo sólo pido, y sé que pido demasiado, que por favor, jamás te olvides de mí. Jamás olvides que yo estuve ahí, aunque ni siquiera lo supieras, pero estuve ahí intentando ser parte de ti sin darme cuenta de que cada vez me alejaba más. Y ahora te has ido, y no puedo evitar sentir un incómodo vacío.
No, no digas nada. No digas que sonría. No digas que seré capaz de olvidar, sé que no es verdad. No me prometas regresar, no prometas nada porque sé que no lo cumplirás. Ni siquiera serás capaz de recordar el color de mis ojos cuando hayan pasado algunos días, ni siquiera serás capaz de recordar mi nombre cuando yo no pare de gritar el tuyo. Y no sé por qué te has ido, si yo todavía no estaba preparada para olvidarte.
Sonará raro cuando lo pronuncie, pero eras un tesoro. Un tesoro que prometí no dejar marchar jamás, porque estaba convencida de que eras tú, tú eras esa persona que buscaba. Sonará raro cuando lo diga, pero te eché de menos durante toda una vida. Durante toda una vida sólo creía que tu volverías, que me recordarías y me darías una oportunidad. Y así fue ¿verdad? Me diste no una, sino varias oportunidades que dejé marchar. Una a una volaron las oportunidades como vuelan las hojas en otoño. Sigo pensando aún hoy que debí haber hecho algo, algo que hice, pero que no fue ni mucho menos suficiente.-suspira cansada.
Supongo que aburriré si te repito lo bellos que eran tus grandes ojos.-sonríe. Ese color chocolate no se me va de la cabeza, es como una droga que se inyecta en mi corazón y cala hasta lo más profundo de mí. Recuerdo que siempre miraban sorprendidos, tus ojos, siempre observándolo todo como los de un niño  pequeño en una gran tienda de juguetes. Siempre con esa expresión de asombro tan adorable que aún hoy recuerdo como si ayer te hubiera visto. ¡Y qué tontería, hace tanto que no te veo!
También repetiré que tu piel era de una belleza incomprensible para mí, esa piel morena y suave parecía fruto de alguna planta de origen divino y no miento, y no exagero. Tu belleza me sobrecogía de tal manera que aún hoy me esfuerzo por contener las lágrimas al recordarte. Aún hoy espero la próxima oportunidad para decirte lo único que quiero. Decirte que espero con ansia poder ser parte de ti algún día.
Tus manos, ya sabes, tus manos de guitarrista tan cuidadas, delicadas y finas con esas uñas impecables. Tu cabello negro y brillante. La curva perfecta de tu nariz, el manto de extravagancia que te cubría y, que aún hoy, hace que mis mejillas se sonrojen. No seguiré hablando de ti, porque no sabes cuánto duele.
¡Oh, viento, ojalá supieras lo difícil que es describir con palabras este sentimiento de impotencia y vacío estremecedor! ¡Ojalá supieras que, aunque intento dominar las palabras para que me entiendas, se me escapan y no lo consigo! ¡Ojalá hicieras algo, algo que lo cambiara todo!-grita desesperada.
Pero no puedes, no puedo. Nada se puede hacer cuando la realidad destroza así los sueños, cuando la verdad casca en el corazón y causa estas heridas. 
Así que pediré una última cosa. Pero no te la pediré a ti, viento. Se la pediré a él, que en algún lugar estará abriendo sus ojos de búho y estará bostezando, cansado, adorable...Sólo le pediré que, por favor, algún día me recuerde y que, cuando lo haga, sonría. Sonría para mí, con su preciosa sonrisa, porque yo estaré en algún lugar no muy lejano y atraparé su blanca risa con un beso y así, sólo así, seré feliz.

She whispers : 
"Please, remember me
when  I'm gone form here."
She whispers :
"Please, remember me
but not with tears."
...
For it's better to forget
than remember me and cry.




viernes, 11 de mayo de 2012

Cartas jamás enviadas (XX)

                                                                                        Un cálido, pero nublado día de Mayo.
Amado desconocido:
Va pasando el tiempo. Van pasando las estaciones, despacio y dormidas, guardando en su mirada la esperanza y la tristeza a la que nos tienen acostumbrados. Y pasan los días como simples números tachados en un calendario sin ser ni siquiera días. Y pasan las semanas, sin ser del todo semanas, como nueces que te golpean la cabeza haciéndote heridas pequeñas que, un precioso día como hoy, duelen.
Renace aquello que estaba muerto y la poca vida que quedaba muere en una oscuridad rota por la mirada brillante del olvido. Un retrato, una poesía sin acabar, unos versos bañados en zumo de naranja y la somnolienta sonrisa de los que siempre soñamos. Una caricia callada, una guerra fría entre tu siempre y mi nunca. Cada palabra que jamás te dije, cada grito que debía haber dado para llamar tu atención, intensidad, la intensidad que me faltó y las lágrimas, lágrimas que derramé cuando todavía peinaba mi cabello por ti.
Todo ello mezclado con una suavidad propia de las sábanas a las siete de la mañana y de tu mirada, esa mirada chocolate que roba el sueño de los que, como yo, sienten la punzada en el pecho del dolor que produce la nostalgia. 
Ojalá lo supieras, pequeño, ojalá supieras lo dulce que eres cuando sonríes, cuando tu entrecejo se frunce ligeramente como una mariposita revoloteando entre las flores. Ojalá supieras que tu reluciente luz se enciende en noches como las de hoy, cuando la poesía no sirve para desahogar mis sentimientos y cuando cada verso que escupo es un puñal que se clava en mi pecho. 
Ojalá fuera capaz de seguir escribiendo, pero no puedo. No cuando tus recuerdos aplastan mi corazón y lo estrujan hasta dejarlo sin nada más que...

Recordándote, 
La chica de ojos verdes.

P.D: Te regalo esta carta, como todas, pero con la diferencia de que esta carta es la número veinte. El veinte es un buen número para acabar. ¿No crees?

lunes, 7 de mayo de 2012

Se respiran huidas.

Dejó su hogar con apenas dieciséis años. No pudo elegir, su familia necesitaba dinero y él era el único que podía conseguirlo. No dio explicaciones a nadie, tan sólo dejó una nota en la mesa de la cocina, al lado de la barra de pan duro que debía durar una semana más en la que sólo se podían leer tres palabras mal escritas. Nadie le había enseñado a escribir, aprendió leyendo las etiquetas de las latas de tomate que su padre traía en ocasiones especiales, cuando a los ricos del otro lado de la ciudad se les llenaba tanto su gorda barriga que en cualquier momento podría explotar. Cuando era más pequeño solía creer que al llenarse tanto sus enormes panzas, su corazón crecía un poco más y entonces, sólo entonces, les regalaban latas de tomate. Los ricos lo llamaban solidaridad, él prefería llamarlo conciencia sucia.
Caminó carretera abajo cargando a sus espaldas una pequeña mochila con un trozo de pan duro, unas monedas, unas fotos, su armónica y una manta. Tampoco tenía mucho más.
De vez en cuando unos grandes coches pasaban rozando casi su brazo. No podía comprender como esa gente, rica y con una educación media, podía consentir que, a menos de diez kilómetros de sus lujosos hogares gente como su familia se muriera de hambre o no tuvieran suficientes mantas para pasar las frías noches de Enero. Será que sus enormes barrigas llenas de tomate no les permiten pensar con claridad.
No sabía hacia dónde iba, no sabía ni siquiera qué hacer. Sabía que después de caminar un poco más se encontraría con la gran ciudad, un lugar enorme lleno de restaurantes, tiendas, gente, vehículos y demás lujos que a sus ojos parecían magia, pero no creía que allí pudiera ganar ni siquiera unas monedas. A la gente de barrigas gordas no les gustan los chicos como él, desaliñados, vestidos con camisas a cuadros rotas y descoloridas y pantalones llenos de manchas. Allí no tenía nada qué hacer. 
Sopesó la idea de volver a casa, meterse en su "cama" y disfrutar un poco más de la calidez de su familia, pero sabía que no estaría haciendo bien. Sus padres y sus hermanos le necesitaban y él los ayudaría de cualquiera de las maneras.
La noche empezaba a caer y decidió descansar a la orilla de la carretera, en un campo que antes daba trigo, pero ahora estaba quemado y desolado. Se tapó con la manta e intentó dormir, pero no podía, claro que no podía. Un joven de dieciséis años no podía estar solo, a orillas de una carretera esperando que del cielo le cayera una oportunidad para sacar a su familia de la pobreza. Pero ellos lo permitían, pasaban con sus caros coches y ni siquiera se paraban, seguían ajenos a cualquier cosa que no fuera su dinero y superficialidad.
Cuanto más crecía, más odiaba a eso gordos que le regalaban tomate. 
Se sentó en la hierba aún tapado con la manta y sacó su armónica de la pequeña mochila. Empezó a tocar una melodía sencilla, infantil, pero que le llenaba de calor. Cerró los ojos, absorto y perdido en esa melodía que le llevaba de nuevo a casa con la sonrisa cálida de su madre, la piel curtida y el rostro afable de su padre, la inocencia de sus hermanos, la sencillez de su hogar, lo que más quería, allí, tan lejos y a la vez tan cerca. Unos kilómetros de distancia que podían recorrerse con los acordes de una armónica desafinada.

Unas ganas de huir y triunfar que se podrían respirar, un dolor que se hacía alegría, una pobreza rica, un corazón lleno de sufrimiento y vacío de rencor.


Huye.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El día que The Police se separó.

4 de Marzo, 1983.
En la radio sonaba su canción. Every Breath You Take llenaba la habitación. Estaba tirada en la cama, tapada con una manta a pesar de que ya no hacía frío. Su melena morena se desparramaba por la almohada y su brazo derecho colgaba de la cama frágil. Parecía una muñeca de trapo a la que le habían cortado los hilos.
Su mirada se perdió en una mancha del techo, probablemente los restos que quedaron de un mosquito que fue aplastado. Fijó su mirada en ella y se prometió a sí misma no apartar la mirada de allí hasta que la canción no finalizara.
Dejó que la música y la voz de Sting fuera respirada por cada poro de su piel, se dejó mecer por la melodía, por el ritmo y por la bella letra de su canción. ¿Sabría él cuanto le recordaba? ¿Sabría que el rubio ceniza de su cabello se había quedado grabado en su retina o que el azul profundo de sus ojos le seguía robando el sueño?
Sonrió. Claro que lo sabía. ¿Cómo no lo iba a saber después de tantas veces repitiéndoselo? ¿Cómo no lo iba a saber después de ese millón de cartas enviadas? Después de que cada una de las palabras bonitas de este mundo le fueran entregadas en canciones, después de todos los besos, caricias, abrazos, sonrisas y bromas.
Claro que lo sabía, claro que sabía que le quería.
Suspiró feliz, tampoco quedaba tanto para verle de nuevo, unas horas de nada y le tendría entre sus brazos, unas horas de nada y oiría de nuevo su voz susurrando su nombre, unas horas más y sus labios se encontrarían en una sonrisa robada.
Le imaginó bailando con ella su canción, tatareando "I'll be watching you" mientras se movía con esos movimientos tan torpes y abrazándola por la cintura con su mirada fija en la suya. 
Todo sería perfecto esa noche, The Police llenaría la habitación con sus canciones y el amanecer no llegaría jamás con él a su lado. Al menos, eso creía ella, todavía con la mirada fija en la mancha del techo.

4 de Marzo, 1984.
Ojalá no le hubiera conocido jamás, ojalá su cabello rubio no fuera tan hermoso, ojalá esos ojos no se clavaran tan adentro. Ojalá no doliera tanto.
Se tiró en la cama todavía vestida con su bonito vestido negro y lloró, lloró amargamente toda la noche, mientras en la radio anunciaban que The Police daría su último concierto esa misma noche en Australia.


El último concierto de The Police fue en Australia, el 4 de Marzo de 1984. Después de esto, la banda permaneció separada un largo periodo de tiempo hasta que en 2003 se juntaron de nuevo para realizar un concierto y, otra vez en 2007. Nunca realizaron un comunicado sobre su disolución, por lo tanto la entrada guarda algo de realidad, pero no cuenta la verdad exacta.