miércoles, 24 de octubre de 2012

Where the rain won't hurt.

Veo un cuerpo en la azotea, un cuerpo delgado y débil que está siendo azotado por el viento. Es de noche y una suave lluvia lo está impregnando todo de temor y de tristeza. 
Camino despacio hacia un corro de gente que mira con miedo la parte alta del edificio. Hay coches de policía, una ambulancia y un camión de bomberos. La gente grita, algunos lloran y se abrazan, otros, simplemente permanecen quietos y esperan a que algo pase.
Oigo las advertencias que un policía lanza al joven de la azotea. ¡Mantenga la calma! ¡No haga ningún movimiento brusco! ... ¡¡No salte!!
Me siento extraña. Algo dentro de mí se revuelve, no sé. Me abrazo a mí misma buscando calor y alzo la mirada entrecerrando los ojos en busca del joven. Lo miro fijamente durante unos segundos y, más tarde, creo que me desmayé.

A mi alrededor hay varias personas. Estoy tirada en el suelo y me duele la cabeza. Estoy...estoy débil. Una capa de sudor pegajoso me cubre la frente, pero las suaves gotas de lluvia me refrescan y limpian. 
De repente, lo recuerdo todo. Recuerdo un rostro familiar a través de la fina lluvia, recuerdo un cuerpo conocido bañado por luces anaranjadas y sonidos de sirenas. 
Intento incorporarme sin mucho éxito. Los desconocidos que me rodean me sujetan contra el suelo y me hacen beber un vaso con una especie de suero. Les aparto de un empujón y me levanto del suelo con la cabeza dándome vueltas a una velocidad de vértigo. 
Echo a correr en dirección al edificio. Me caigo varias veces, pero logro llegar a la puerta que está vallada y vigilada por un grupo de policías que intentan mantener la calma. Me dicen que las puertas están cerradas, que me aleje de allí. Corro en otra dirección, tengo que llegar allí arriba. Necesito subir.
Llego a una puerta trasera que en la que sólo hay un hombre con uniforme azul marino. No sé qué es, no sé quién es, pero debo entrar.
-¡Necesito, necesito entrar en el edificio!-logro decir entre jadeos. La cabeza me da tumbos y las piernas me tiemblan.
-No debes, allí arriba hay un loco suicida o vete tú a saber qué.-contesta el hombre con voz grave.
-No lo entiende, yo, yo puedo ayudar. Es...es un conocido. Por favor, necesito subir.- no distingo bien el rostro del hombre pues tengo los ojos enjugados en lágrimas y la lluvia empieza a ser más fuerte. Creo que abrió la puerta o quizás yo le aparté de un empujón, pero ya estoy dentro del edificio.
Está completamente a oscuras. Encuentro unas escaleras de madera y las subo corriendo lo más rápido que puedo. Estoy mareada y tengo arcadas, pero debo llegar arriba, debo subir a la azotea. No puedo rendirme.

Finalmente llego a lo que parece el final de las escaleras. Jadeando y sudando abro la puerta y una bocanada de aire frío me azota como si me diese un bofetón y me empapa entera de agua. La azotea es enorme y el viento sopla con fuerza. Busco al joven con la mirada y le veo a lo lejos, a punto de saltar.
-¡¡No!! ¡¡No!!-corro hacia él con dificultad. El viento está en mi contra y no puedo ser más rápida. Chillo que pare y cuando llego a su lado me caigo al suelo con los ojos llenos de lágrimas, con las ropas y el pelo empapados y con un gran dolor de cabeza.- No saltes.-susurro. 
El joven no se da la vuelta. Sólo alcanzo a ver su cuerpo parcialmente desnudo y completamente mojado. Permanece totalmente quieto al borde de la azotea, con las puntas de sus pies sin tocar suelo. Observo como sus cabellos se revuelven con el viento y como su cuerpo se balancea lentamente.
-No lo hagas.-repito. Se siguen oyendo sirenas y voces de policías gritando órdenes que no son cumplidas. Me incorporo con cuidado y me asomo también temerosa. 
Desde allí arriba no se distinguen más que luces naranjas e intermitentes y el movimiento del grupo de gente que cada vez es mayor. Miro hacia el cielo totalmente oscuro y sin una sola estrella. Retrocedo unos pasos y contemplo al joven.
-¡Retrocede, no saltes! ¡¡Ven conmigo!!-le grito entre el jaleo reinante. 
-¡Vete!-me grita. ¡Lárgate! No quiero que  veas esto. Por favor, baja y ve a casa.
-¡¡No!! ¡¡No lo haré!! ¡No tienes ni idea de lo que haces! ¡¡Estás loco!!- le reprocho con la voz cortada por el llanto. 
no lo entiendes! Eres demasiado inocente. ¡No debiste venir, no debiste ni siquiera conocerme! Soy un monstruo incapaz de conseguir la felicidad. No merezco vivir. ¡Lárgate!-chilla y veo cómo tiembla y solloza.
Me acerco con cuidado y coloco los pies exactamente igual que él los tiene. Le acaricio el brazo con delicadeza y le agarro la mano con fuerza. 
-Si tú saltas, me llevarás contigo.-le digo.
-No, suéltame. Esto no es un juego. No sabes lo que estás haciendo. 
-Sí, sí lo sé. Si tú saltas me llevas, en cambio si decides mantenerme con vida retrocederás. Ya que no te importa tu vida, valora la mía.

Y por primera vez me mira. Y por primera vez veo su rostro. Y no es el suyo el que veo, sino el mío. Grito asustada y él salta empujando de mí hacia abajo, cayendo al vacío, atravesando la vida en unos segundos para llegar al final donde sólo hay lluvia. Y nada más.

Si tú saltas, me llevarás contigo.



sábado, 20 de octubre de 2012

Y tú con tu camiseta de Joy Division y yo llenando vacíos con conciertos de The Cure.

¿Recuerdas el sonido insistente de la lluvia contra el cristal? ¿Recuerdas el constante ritmo de tu corazón cuando todavía eras real? Y el incesante movimiento de las nubes en los días grises. Los cambios de humor del cielo en pleno Noviembre. Y tu sonrisa encendiendo todo lo que la rodeaba. Y tú girando en una espiral de color a las siete y media de la mañana. Los zumos de naranja y las canciones de amor cuando éste ya no existía. 
Conciertos de The Cure como única cura. Tardes de estudio como única distracción. Bebe agua, que te limpia por dentro y te hace olvidar. Y si puedes súbete a algún tren, que aunque el billete salga caro, merece la pena huir y nada más. Huir y ser. Y nada más.

Yo sí lo recuerdo. En alguna calle de mi interior dejaste aparcada tu bicicleta y tu mirada oscura y ahora, ahora yo no sé qué hacer pues bien pensé que con tu huida lo llevarías todo y no dejarías el más mínimo rastro. 
Recuerdo haberme prometido vaciar la mente de sentimientos y el corazón de razonamientos. Recuerdo haber prometido no sentir más a las estúpidas mariposas revolotear. ¡Lo recuerdo, lo recuerdo! Recuerdo haberme dicho "Hasta aquí hemos llegado." y muchas cosas más. Y qué estúpida fui. Cuando algo está tan vacío como yo lo he estado, necesita ser llenado. Y mírame, mírame bien, otra vez igual que siempre.

También recuerdo haber prometido que tú serías mi Robert Smith y yo sería tu Mary. Que nos comeríamos el paseo de Begoña y que se nos atragantaría en cada beso. Que nada de aparentar y parecer perfectos. Nada de nada más que una bebida bien fría y una canción antigua, que es lo que somos. San Lorenzo en medio de una tormenta y un acantilado para un suicida, que es lo que somos. Y tú con tu camiseta de Joy Division y yo, yo contigo y sin ti, como siempre. 
Un jaleo constante de sentimientos y palabras, que es lo que soy, que es lo que somos.


                                                                                 Que tú serías mi Robert Smith y yo sería tu Mary.



domingo, 14 de octubre de 2012

Take me out tonight.

                                                                                                                        Canción original: The Smiths.

Me esperabas en tu coche y sonreías. Corrí desde mi portal y entré en el coche deslizándome por el asiento de copiloto para atrapar tus labios en un beso antes de cerrar la puerta, antes de que pudieras reír, antes de que pudieras recordar.
Llovía. Las gotas de lluvia se estrellaban contra las ventanas y contra el capó. Ese sonido me recordó que somos eternos y cuando te lo dije un suspiro se escapó de tu boca. Tú no te lo creías y tu mirada clavada en la carretera me causó pena. Acaricié tu brazo mientras conducías intentando convencerte de nuestra inmortalidad. ¡Dos seres tan felices no pueden morir, sería un despilfarro de vida, una injusticia! Pero aún así, seguías sin creértelo.
Era de noche y eso me recordó lo mucho que me gustaba la oscuridad. Miraba a través de la ventana mientras tú me observabas de vez en cuando por el rabillo del ojo. Imaginaba lo que habría detrás de aquel manto oscuro. Pensé en la cantidad de vida que habría bajo toda esa oscuridad y luces esporádicas, pensé en la cantidad de besos robados que contemplaría la luna aquella noche y en la cantidad de lágrimas que serían derramadas. Y te miré, y te sonreí, y te prometí jamás derramar lágrimas porque lo nuestro sería eterno, porque en nuestro amor no habría impresa una fecha de caducidad, porque por los siglos de los siglos seguiríamos viviendo.
Aparcaste el coche cerca de la playa y al bajar de él me miraste con tristeza y me susurraste que por favor, por favor jamás cambiara. Yo reí y te cogí la mano. ¡No seas tonto! ¡Lo eterno no cambia! y volví a reír, pero tú sólo sonreíste y me besaste, y me abrazaste, y me acariciaste como si no fuera a haber un mañana y todo lo que nos rodeara fuera mortal. ¡Qué estupidez!
Bajamos a la playa abrazados y en la arena bailamos nuestra canción, que eran todas, porque todas las canciones de amor eran nuestras, porque no existía una sola que no nos perteneciera. Nuestros pies escribieron versos en la arena y la mar mecía nuestras caricias con su brisa fresca. San Lorenzo y todas las playas se nos quedaron pequeñas cuando empezamos a recitar todos nuestros poemas. ¡Qué nos salven los versos! ¡Qué nos salven los recuerdos! ¡Qué nos salven las palabras! ¡Qué nos salven los cielos grises! ¡Qué nos salven las mañanas! Y yo qué sé qué más...si somos eternos.
Nos enredamos en la noche y ella nos arropó hasta la mañana siguiente. Despertamos llenos de arena y con el sueño clavado en la mirada. El amanecer cantó para nosotros y tú me llevaste en cuello hasta el coche donde empezaron a sonar los Smiths. There is a light that never goes out. Es verdad. Tú y yo somos esa luz, somos eternos. Te lo prometo. 


Prométemelo tú a mí.