sábado, 29 de diciembre de 2012

"Don't let this magic dies."



¡Abrázame! ¡Abrázame fuerte y echaremos a volar! ¡Te lo prometo! gritó eufórico y sonriente, con esa sonrisa inocente en sus labios y esa mirada divertida. ¡Abrázame fuerte, pequeña, la tristeza no es más que una tontería de muggles! rió.
Yo también reí, claro. Y corrí lo más rápido que pude hasta él, lo abracé con fuerza y le susurré al oído cosas bonitas, esas cosas bonitas que sólo se dicen en Navidad porque el resto del año somos demasiado cobardes.

Más tarde recuerdo haber hablado de últimos bailes, de bufandas extrañas, de cáscaras de frutos secos y de elfos domésticos libertados. No sé, no recuerdo que fuera una conversación especialmente extraña, pero sí recuerdo que su mirada se clavaba en la mía con dulzura y que cada vez que él hablaba unas chispas magentas se escapaban de su boca. Y mirad, si os soy sincera, dejé de pensar en lo demás y me centré en él y en mí como una estúpida cualquiera. ¡Yo qué sé! Por primera vez me dejé llevar... No pensaba en nada importante, todo lo que me venía a la cabeza era frívolo. Por ejemplo, pensé en qué opinaría él de mi vestido negro azabache, en qué pensaría de mi forma de sonreír o en si se me notaría mucho el exceso de maquillaje en los ojos. No había mucho en lo que pensar, claro.

Recuerdo que, después, cuando la gente ya había abandonado la sala, él me ofreció su mano para bailar. Y no me negué, claro, no podía hacerlo. Entonces él pasó a ser un cabeza hueca como Krum y yo me solté la melena como Hermione.  Y simplemente bailamos, mal sí, pero bailamos y todo lo que parecía importante en un principio ahora desaparecía por completo. Dejé que el me agarrara, me condujera y me apartara el pelo de la cara. Dejé que todo avanzase y que la magia jugara a sus juegos.

Ahora lo recuerdo, tengo ese recuerdo clavado en mi pena nocturna como una diamante incrustado en azabache. Pero este recuerdo no es un recuerdo vivido, sino un recuerdo imaginado. Y esto que lees con cara de aburrido no es más que una locura para paliar la tristeza de los días vacíos.
Y me da igual lo que pienses de esto, pero cree en la magia y sonríe.









Y vuelvo a escuchar esa canción, y vuelvo a creer en algo más allá aparte de institutos, libros, bares, tiendas, familias o amigos de pacotilla.

Vuelvo a creer en eso de que la magia existe...
...y funciona.



domingo, 16 de diciembre de 2012

"Dance Me to the End of Love."


Ella era poesía. Yo no lo sabía hasta ese baile, pero ya lo intuía. Era fácil, sencillo. Aquel movimiento de caderas, aquella manera de ser, estar y parecer. ¡Sus atributos! Qué decir, qué decir de esa decadente forma de hablar. Las palabras se derretían en su boca como caramelo y su mirar se fundía con la luz que lo iluminaba. Qué decir de sus brazos perfectamente esculpidos, de sus anchos muslos, de sus caderas poco estrechas y de sus pechos de talla 90 y subiendo. Oh, qué decir de esas mejillas rosadas, de su rostro imperfecto, de su nariz pequeña y pizpireta. Qué decir de su peculiaridad, de su 1,55 a lo largo y de su impecable torpeza al bailar. Era, oh sí, era todo lo que un hombre quisiera tener en sus brazos una noche de domingo. Abrazarla, acariciarla, hacerla el amor y contemplarla dormir y suspirar.

Era domingo o algo así cuando como un pervertido la contemplaba desde mi ventana. Ella se estaba desnudando en su habitación para ponerse un camisón. Oh sí, aquel camisón de fina seda rosácea que le tapaba un poco más abajo de las rodillas dejando trabajo que hacer a la imaginación de todo hombre. Vi cómo dejaba caer (ella nunca tiraba nada, demasiado vulgar para una criatura tan divina) su sujetador al suelo, cómo se soltaba el pelo y dejaba caer el coletero, de nuevo, al suelo. Estaba lejos, pero pude oler su fragancia a champú de frutas y extractos de bambú. Estaba lejos, pero pude imaginar su expresión en la cara: divertida, atrevida, sensual. Todo en ella era así.
Era domingo o algo así cuando desde mi ventana creí enloquecer como un vulgar pervertido ante tal maravillosa escena. Y no sé cómo, creo que un impulso salvaje se apoderó de mí cuando decidí abandonar mi posición en la ventana y llamar a su puerta. Lo hice, oh sí, lo hice y, Señor, eso fue lo mejor que hice en mi  aburrida e insulsa vida. 

Ella me abrió la puerta y mis ojos absorbieron su figura como esponjas sedientas. Sonreía, sí, sonreía y guardaba en la mirada unas juguetonas ganas de jugar, conmigo claro, pero qué demonios, nada me importaba. Yo sería su juguete si ella así lo quería.
Me agarró de la muñeca y con una sonrisa torcida me condujo hacia el salón donde me preguntó quién era. ¡Menuda pregunta más inoportuna! ¡Cómo iba yo a acordarme de quién era en semejante situación! Su piel tocando la mía provocaba un incendio inapagable debajo de mi piel, no me salían las palabras, estaba temblando. ¡Oh, gran Safo qué razón tenías! 
Empecé a acariciarla y ella reía. Reía y hablaba de yo qué sé qué. Hablaba y hablaba, reía y reía y yo sólo la acariciaba y le devolvía las risas sin saber por qué. En algún momento empezó a sonar Dance Me to the End of Love de Leonard Cohen y empezamos a bailar. O quizás no y yo me lo imaginara. O quizás no y todo fuera fruto de alucinaciones causadas por aquel baile hacia el infinito de un beso.

Mi mano en su cintura y la suya en mi hombro.
El delicado frufrú de su camisón contra su piel y la mía, ardientes las dos.
La noche cayendo, desmayándose ante tal belleza.
El frío rindiéndose ante el calor y la ropa dejándose caer, de nuevo.
Dos cuerpos desnudos bailando y Leonard Cohen alimentando el amor.
Dos cuerpos desnudos bailando hacia el inexistente fin del amor.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Ojalá todo sea un mal sueño, Elise.

Se te rompe el alma, pequeña, se te rompe el alma poco a poco. Se viene abajo el mundo totalmente utópico que formaste en tu imaginación y tienes miedo. Esto no estaba planeado, yo siempre seré un soñadora, te repites esperanzada y con lágrimas en los ojos. Esto es imposible, no me puede estar pasando a mí, pero sí, te está pasando y no puedes evitar temblar envuelta en tu edredón, con el calor sonrojando tus mejillas y las lágrimas limpiando los restos de rímel que quiso ensalzar tu mirada ahora perdida. 

No puedes evitar llorar, sentirte sola y vacía, pero aún así tienes que sonreír. Los demás no entenderían tu situación y, como siempre, coges lápiz y papel y empiezas a vomitar palabras en forma de cadáveres de tristeza. Y te ahogas con tus propias lágrimas y un nudo incómodo se te forma en la garganta. Te derrumbas ante tal enredo de sentimientos y emociones. ¿Qué te está pasando, pequeña? ¿Qué le ocurrió a tu fuerza, a tu alegría, a tus ganas de volar? ¿Acaso has perdido lo que te caracterizó un día para convertirte en un fantasma gris y lloroso? ¿Acaso temes lo que te rodea? ¿Temes la realidad, pequeña?

Sé que te sientes prescindible, que los que un día te sonreían ahora te dan la espalda, que tu trabajo no es entendido ni valorado y que la soledad puede contigo. Sé que poco a poco te rindes, que regresas sola a casa y que las tardes de los viernes ya no son lo mismo. Sé que te pierdes en librerías y en tiendas de música para olvidar y que te duermes recordando el pasado para sonreír. Sé que te levantas y lo único que quieres es volver a acostarte. Sé que el mundo gira demasiado rápido para ti, que vives en una sociedad en la que no encuentras tu lugar y en la que no sabes dónde está el equilibrio.
Sé que estás triste, que ahora estás derramando lágrimas de infinita pena y que buscas un abrazo y un hombro que ahogue tus sollozos. Sé que se te agotan los versos y se te esfuman las ganas de seguir.

Y yo, pequeña, yo no soy quién quieres que sea. Yo soy tú y te escribo para calmar y deshacer el nudo de tu garganta. No sé cómo animarte, no sé qué hacer ni qué escribirte, Elise, para paliar tu melancolía. No sé qué intentar que no haya intentado ya.

Ojalá el mundo no fuera tan cruel con los que nos creemos diferentes. Ojalá toda esta tristeza se ahogara bajo la lluvia y no quedara nada más que un vago recuerdo de una Elise llorosa y encogida entre mantas.

No sé quién soy, Elise, ni quién quieres que sea esta noche, pero te quiero. Y nada cambiará eso.


De una Elise cansada para una Elise derrumbada.


domingo, 9 de diciembre de 2012

"No pares de sonreír, no te vayas aún."

Se rompe, se rompe, se rompe y no lo puedo evitar.
¿Puedes tú callar la tristeza sin llorar?
¿Puedes tú estrangular mi miedo con un abrazo?
¿Puedes tú, puedes?

Cae la noche, la magia desaparece.
Ya no queda alcohol, ni música hortera.
Sólo estamos tú y yo sumidos en un baile de miradas,
sumidos en un adiós que no llega,
en un sentimiento que no regresa.

"Quiéreme, quiéreme más.
No pares de sonreír, no te vayas aún.
Prométeme un nunca jamás,
un nunca jamás sin ti."

Te veo reír, te quiero tanto.
Te veo reír, te aborrezco tanto.
¡Te veo reír y se me cae un sueño!

Pero dime ahora que no nos escucha nadie,
dime qué sientes. Qué hay ahí, dentro de ti.
Dime qué sientes cuando me ves,
cuando me imaginas frente a ti.

Pero dime ahora que todo se ha roto,
dime ahora si podrías tú estrangular mi miedo.
Si podrías tú callar mi tristeza.
Si podrías tú abrazarme...

...Y detener el tiempo.


sábado, 1 de diciembre de 2012

Versos para el musgo de tus ojos.

Podría besarte, nada pasaría.
No se detendría el tiempo, no bailarían lo azulejos de la cocina. 
Podría besarte, acariciarte. 
No sentiría calor, no existiría la esperanza que otorgan las luces eternas. 

Podría mirarte, perderme en tus pupilas. 
Nada cambiaría. 

Podría atrapar el gris de tu mirada, convertirlo en verso.
Callar las noches del silencio,
hacer hablar a las ranas,
robar al imposible su prefijo.

Podrías besarme, escribirme una poesía.
Nada cambiaría.

Quisiera perder la nostalgia,
enterrarla en el musgo de tus ojos.
Que no sonaran más pianos,
más soledad embotellada.

Podría dormir a tu lado, enredarme en tus pestañas.
Nada cambiaría.

Podría encerrar cielos nublados en un corazón,
desencadenar los más brutales oleajes,
arrodillar Gijón ante tus pies,
vaciar miradas de pena.

¡Podría susurrar a los árboles, que me escucharan,
adormilar el júbilo de una sonrisa,
apagar todas las luces al miedo,
beber las lágrimas del mundo!

¡Podría convertir todas las miradas en tristes,
saciar la sed de los enamorados,
enamorar a los sin corazón,
resucitar la alegría de los sollozos!

Podría, lo haría.
Nada cambiaría.