domingo, 12 de junio de 2011

Lenta desintegración.


Desgarro mi voz y rompo mi silencio. De mis ojos cristalizados chispean lágrimas ardientes que desean escapar y huir de mí.
Tanto tiempo ya, tanto tiempo esperando una señal de humanidad o de solidaridad pero sólo alcanzo a oír  los bulliciosos gritos de la gente que detrás de mí alza la voz e intenta hacerme suya, intentan hacerme como ellos.
De mi cuerpo brotan rayos de rebeldía y de inconformismo. Quiero gritar más pero mi voz no me lo permite. Muevo mis brazos e intento quitarme esta estúpida máscara hipócrita que me dieron al nacer.
No quiero escuchar más sus quejidos saltarines y vivaces plagados de contagiosa estupidez.
No quiero que me permitan pertenecer a su encomienda.
No quiero ser esclava de idioteces bañadas en alcohol y risas frustradas.
No deseo participar en su grupo de cómodos e irresponsables hábitos.
Prefiero permanecer abrazada a mis ideas y a mis ilusiones antes de que me conviertan en una de los suyos.
Prefiero desintegrarme en silencio mientras oigo sus halagadores abucheos.

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