miércoles, 12 de septiembre de 2012

Era París, poeta y noviembre.

Sonaba como suena París, suave, lento y bello. Es cierto, así sonaba. Oh, vamos, calla, ya sé que nunca he estado en París, pero no es necesario para intuir lo que te explico. Sonaba así, a París, a amor, a ternura, a bello, a cursi, di ñoño si quieres, di estúpido si lo deseas, pero a París.
Sonaba a francés, a hombre fino fumando en pipa con una boina torcida sobre su cabeza, a señorita de bien con vestido de seda y Chanel número ¿qué? ¿cinco? inyectado en las venas. Sonaba así, te lo prometo. Oh, vamos, calla, necesitas ver Amélie de nuevo.
Y olía, bueno, no olía a Francia. Más bien olía a mar, no ¡Qué digo! Olía a océano, a libertad, a barcos y viajes. Olía a exploraciones, a curiosidad, a delfines alegres, a olas y a ballenas tristes. Olía como huelen las inocentes novelas de piratas para niños, olía a aventura, a mi aventura. O a algo así.
¿Entendéis lo que os digo, verdad? Era un mundo enorme guardado en un cuerpo humano. Su mirada no era verde, ni marrón, ni azul, ni grisácea, ni violeta, ni negra. Su mirada era transparente, como lo es la poesía en tiempos de desolación, como lo es la playa en noviembre, como una nube imperceptible en un cielo gris. Transparente y nada más. Y nada menos, y nada de nada.
Se movía mucho, como una lagartija escurridiza en un bote de mayonesa. No sé, quizás se moviera como la Tierra en su constante rotación y traslación, o quizás ni siquiera se moviera y sólo fuera mi mirada inquieta tras de sí.  ¡Ah, yo qué sé, a mí qué me importa! Ojalá no hubiera sido tan complicado atraparle, ojalá ahora lo pudiera contemplar encerrado en un bote de mayonesa como a aquella lagartija. (Tina se llamaba.)

Creo que era guitarrista, pero no estoy del todo segura. Quizás sólo fuera poeta, pero no de esos que escriben versos y duermen encima de una pila de cadáveres de poesías, no. Yo hablo de los poetas de sonrisas, ya sabes, de esos que caminan por San Lorenzo, te sonríen y te hacen sonreír. Hablo de esos poetas que se bañan en noviembre en el mar ¡Porque la playa es transparente! y viven mil aventuras sin moverse de la orilla.
O quizás no fuera nada de eso y sólo fuera un lunes triste y descolorido, un lunes colgante de mis pestañas y nada más. Nada de nada.
O quizás sólo fuera una imaginación mía, el resultado de la poca cafeína que me queda en las venas. O quizás no y fuera el más bello de los vals. O quizás fuera la melodiosa voz de los pájaros posados en tus hombros mientras recuerdas que comías pipas sentado en ese banco, cerca de San Pedro. O quizás... ¡O quizás fuera un beso entregado al aire! ¡Una espiral de color y murciélagos! ¡¿Qué digo, qué digo?! ¡Él era el verso de Bécquer jamás escrito! ¡La rima más divina, el suspiro de un escritor frustrado! ¡Él era la euforia de mis palabras al recordar su geografía entera!
O quizás, quizás fuera algo así como un copo de nieve. Y como una dulce canción, como las sábanas enredándose en mis tobillos en una noche de verano. Da igual, de todos modos, da igual.



1 comentario:

The Gossip Eye dijo...

Ay Paris... cómo me gustaría pasar allí una temporada y sentirme la mismísima Amélie ^^

Me ha gustado especialmente esta vez el título que le has puesto al texto :)))

muaaak.