lunes, 7 de mayo de 2012

Se respiran huidas.

Dejó su hogar con apenas dieciséis años. No pudo elegir, su familia necesitaba dinero y él era el único que podía conseguirlo. No dio explicaciones a nadie, tan sólo dejó una nota en la mesa de la cocina, al lado de la barra de pan duro que debía durar una semana más en la que sólo se podían leer tres palabras mal escritas. Nadie le había enseñado a escribir, aprendió leyendo las etiquetas de las latas de tomate que su padre traía en ocasiones especiales, cuando a los ricos del otro lado de la ciudad se les llenaba tanto su gorda barriga que en cualquier momento podría explotar. Cuando era más pequeño solía creer que al llenarse tanto sus enormes panzas, su corazón crecía un poco más y entonces, sólo entonces, les regalaban latas de tomate. Los ricos lo llamaban solidaridad, él prefería llamarlo conciencia sucia.
Caminó carretera abajo cargando a sus espaldas una pequeña mochila con un trozo de pan duro, unas monedas, unas fotos, su armónica y una manta. Tampoco tenía mucho más.
De vez en cuando unos grandes coches pasaban rozando casi su brazo. No podía comprender como esa gente, rica y con una educación media, podía consentir que, a menos de diez kilómetros de sus lujosos hogares gente como su familia se muriera de hambre o no tuvieran suficientes mantas para pasar las frías noches de Enero. Será que sus enormes barrigas llenas de tomate no les permiten pensar con claridad.
No sabía hacia dónde iba, no sabía ni siquiera qué hacer. Sabía que después de caminar un poco más se encontraría con la gran ciudad, un lugar enorme lleno de restaurantes, tiendas, gente, vehículos y demás lujos que a sus ojos parecían magia, pero no creía que allí pudiera ganar ni siquiera unas monedas. A la gente de barrigas gordas no les gustan los chicos como él, desaliñados, vestidos con camisas a cuadros rotas y descoloridas y pantalones llenos de manchas. Allí no tenía nada qué hacer. 
Sopesó la idea de volver a casa, meterse en su "cama" y disfrutar un poco más de la calidez de su familia, pero sabía que no estaría haciendo bien. Sus padres y sus hermanos le necesitaban y él los ayudaría de cualquiera de las maneras.
La noche empezaba a caer y decidió descansar a la orilla de la carretera, en un campo que antes daba trigo, pero ahora estaba quemado y desolado. Se tapó con la manta e intentó dormir, pero no podía, claro que no podía. Un joven de dieciséis años no podía estar solo, a orillas de una carretera esperando que del cielo le cayera una oportunidad para sacar a su familia de la pobreza. Pero ellos lo permitían, pasaban con sus caros coches y ni siquiera se paraban, seguían ajenos a cualquier cosa que no fuera su dinero y superficialidad.
Cuanto más crecía, más odiaba a eso gordos que le regalaban tomate. 
Se sentó en la hierba aún tapado con la manta y sacó su armónica de la pequeña mochila. Empezó a tocar una melodía sencilla, infantil, pero que le llenaba de calor. Cerró los ojos, absorto y perdido en esa melodía que le llevaba de nuevo a casa con la sonrisa cálida de su madre, la piel curtida y el rostro afable de su padre, la inocencia de sus hermanos, la sencillez de su hogar, lo que más quería, allí, tan lejos y a la vez tan cerca. Unos kilómetros de distancia que podían recorrerse con los acordes de una armónica desafinada.

Unas ganas de huir y triunfar que se podrían respirar, un dolor que se hacía alegría, una pobreza rica, un corazón lleno de sufrimiento y vacío de rencor.


Huye.

4 comentarios:

alvarobd dijo...

Es increíble, genial, no hay palabras para describirlo. Expresas perfectamente las diferencias sociales, eso tan estúpido que llamamos clases. La verdad es que casi lo podía sentir, es fantástico, de verdad. A ver si pronto unos dejan de comer tanto tomate y otros tan poco.
Un saludo desde el mundo distinto.

Chica de verano. dijo...

Perfecto *------*

The Gossip Eye dijo...

Guau...

Resulta que cuando tus textos tienen un argumento totalmente diferente al que nos tienes acostumbrados, también son alucinantes ^ ^

Me ha gustado el detalle de que para su huída se llevara unas fotos. Los recuerdos en papel siempre te llenan más.

Me ha encantado, en serio.
Es muy triste, pero es la realidad.

m u a a a k

Elisa Sestayo dijo...

¡Gracias! <3