viernes, 28 de septiembre de 2012

Carta de un suicida a la vida. (Goodbye cruel world.)

Hace mucho tiempo que estoy triste. Hace mucho tiempo que no siento más que dolor, más que pena, más que odio hacia todo y todos. Me siento herido, dolido, asqueado, traicionado, desahuciado, temeroso y afligido. No tengo fe en nada, no creo que nada me pueda salvar. No creo en absolutamente nada. 
He vivido toda mi vida en una burbuja gris y contaminada por el sabor de las lágrimas y la desolación más amarga y a eso, a eso no se le puede llamar vivir. 
Ya en mi infancia no me gustaba vivir. (Sí, sí, has leído bien. ¡No me gusta vivir!) No entendía la alegría y la inocencia de mis infantes compañeros. Todo en ellos era amor, vitalidad, color y diversión. Y yo, en cambio, era un triste apartado de ese mundo por culpa de mi mirada gris.
En la adolescencia creí entender la vida. Formé un grupo pequeño de amigos (que no lo eran en realidad, yo nunca creí en la amistad) y con ellos salía por la noche y lo intentaba pasar bien. Me emborraché, fumé, probé varias drogas y me tiré a varias chicas sin saber su nombre. Y al principio me gustaba, era divertido. No existían las normas, ni las responsabilidades, nada. Creí que eso era la felicidad, la libertad que tanto ansiaba. Creí que por fin me había encontrado y qué equivocado estaba...
Recuerdo sólo a una chica de esa época dorada. Se llamaba Carolina. Sólo la vi una vez, la misma vez que me enredé en las sábanas de su cama con un dolor de cabeza horrible. Me gritó y me tiró de la cama de madrugada. Dijo que no quería nada más conmigo, que era un idiota, un desconsiderado y vete tú a saber qué más barbaridades. Yo no sé qué pasó aquella noche, no sé qué le dije para que me gritara de aquella forma, no lo recuerdo. Aparte de su nombre, lo único que recuerdo es que tenía unos hermosos y grandes ojos azules.
Luego todo cambió, me volví de nuevo un triste amargado. En realidad siempre lo había sido, pero había querido disfrazar mi desesperación con comas etílicos y risas gilipollas. 
Mi edad adulta no fue diferente a la del resto, supongo. Encontré un trabajo horrible y mal pagado, pero podía subsistir bien. Los días de descanso me encerraba en mi pequeño y sucio piso y escuchaba música.
Oh, la música. Sí, por ella sí que merece la pena vivir. Es maravillosa, lo único capaz de hacerme sonreír de verdad. 
A lo largo de mi vida he escuchado mucha música, todos los géneros me gustan y merecen mi respeto. Creo que la música es lo único que me ha mantenido vivo tanto tiempo.

Tengo cuarenta años. Estoy solo, completa y absolutamente solo en el mundo. No tengo familia, no tengo amigos. Tan sólo tengo un compañero de trabajo sucio y tonto al que no soporto. Y un gato, sí, también tengo un gato flacucho y débil que no hace más que dormir. 
Tengo cuarenta años y no sé qué hago aquí. Mi vida no tiene sentido. Hace demasiado tiempo que me he perdido y no me encuentro. Atrás quedaron las noches locas de diversión fingida y las huidas de camas ajenas al amanecer. Atrás quedó el creer en un mundo mejor, el intentar tener fe. No la tengo, no la encuentro y créeme, ojalá pudiera hacerlo.
Tengo cuarenta años y créeme cuando te digo que me gustaría morir. Quiero morir y no tengo miedo a escribirlo, no tengo miedo a que lo sepas, no tengo miedo a lo que pienses.
Dime la verdad ¿Crees que mi vida merece la pena? ¿Crees que me queda otra salida en este mundo? No, yo te respondo, no. He sido un gilipollas toda mi vida, un egoísta inmaduro. No tengo remedio. He dejado que mis seres queridos se fueran sin intentar impedirlo siquiera. He vivido en una eterna mentira, en una enfermedad mental inventada y basada en el victimismo. No puedo arreglarme, no encuentro la salida, la mejora. No, no, no puedo, lo juro. Me come la desesperación y la angustia. Mi vida no es nada, no tengo nada, nunca tendré nada más que cuarenta espinas clavadas en mi pequeño y duro corazón. Y aunque lo hubiera tenido todo, aunque hubiera conseguido algo parecido a la felicidad jamás hubiera sido feliz. No nací para ser feliz, no puedo, no forma parte de mi naturaleza. 
Quizás tú no lo entiendas, claro. Quizás no logres entenderme aún esforzándote, pero me da igual. Me juzgarás, pero me da igual. Yo también te juzgo a ti y te da igual.

Ya me voy. Y no dejo nada aquí más que esta carta. Quizás alguien la lea, quizás mi muerte aparezca en algún periodicucho local y algún lector me juzgará, me llamará loco, negará de mi humanidad e, incluso, me llamará cobarde por abandonar el mundo. Pensará que me drogaba, pensará que estoy tarado y me comparará con alguna celebridad suicida de los años 90. 
Pero créeme, no estoy loco. De verdad, no estoy loco, simplemente no me gusta vivir. Intenta entenderme.

Adiós.


Sobra decir que esta entrada ha sido escrita con todo el respeto del mundo y que en ningún momento debe ser tomada como una "burla" al suicidio. Cabe decir también que los sentimientos expresados no son propios, tan sólo del personaje creado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy triste, pero para mí fácil de creer, fácil de entender, pero difícil de soportar.
Has cambiado el nombre del blog ¿a qué se debe? estuve unos minutos buscándote xD pero al final pude llegar uf, espero que sigas así y que el tiempo me deje hueco para leerte ^_^ besos.

Elisa Sestayo dijo...

Gracias, me alegra que te haya gustado.
Simplemente necesitaba un cambio : )

Besos <3

Unknown dijo...

Recuerdo la primera vez que leí la carta de suicidio de Kurt Cobain, cuando leí que no disfrutaba ni de la música, eso me extrañó mucho. No he podido evitar recordarlo, aunque a tu personaje en cambio sea lo único que le ate a la vida. Y con mucha razón.