sábado, 22 de octubre de 2011

Un loco por la música.

El cielo siempre era azul para él, de hecho siempre decía que las nubes eran simples bromas del cielo para que pensásemos que el invierno llegaba.
Para él no existía la tristeza ni la nostalgia, siempre decía lo mismo: 
"He sufrido tanto en el pasado, que ahora, incluso la muerte me parece un chiste."
Sonreía a menudo y te regalaba chistes malos en cualquier momento. Siempre te sacaba una risa tonta, una mueca de alegría.
Siempre vestía ropa oscura y rara vez se peinaba, excepto los sábados cuando iba a ver a su camarera favorita, Mariela, al bar de la esquina. Entonces, incluso se perfumaba.
Era un hombre bondadoso y fiel. Los poros de su piel expulsaban generosidad.
A ojos del mundo era un hombre normal, un hombre de pelo largo y aliento de olor a tabaco como otro cualquiera.
Pero yo sé que no era así. Para mí ese hombre seguidor de los peores equipos de fútbol y amante secreto de una jovenzuela camarera era un hombre especial.
Y es que ese hombre era un loco. Un loco por la música.
Sé lo que hacía cada tarde al llegar del bar con olor a tabaco y perfume vulgar de mujer. Sé lo que hacía porque le acompañaba a menudo.
Se sentaba en su butaca de cuero negro y se quitaba las botas. Entonces, inconscientemente empezaba a tararear canciones de rock, una distinta cada día. 
Se levantaba de su butaca aún tarareando y se acercaba a una gran estantería llena de vinilos. Leía los títulos de cada álbum, sin excepción y acariciaba algunos con la yema de los dedos. Si le transmitían buenas vibraciones lo cogía con la delicadeza del aleteo de una mariposa. 
Después de esto me miraba y sonriendo decía:
" Éste, sí, éste es el que quiere contarnos hoy su historia. Escuchemos atentos, parece que desborda sentimientos."
Entonces con cuidado e incluso con ternura lo sacaba de su funda y lo miraba con dulzura.
Se perdía en los brillos de su superficie durante minutos y le susurraba cosas como:
"Sí, amigo, sí. Te comprendo muy bien..."
Cuando acababa de dialogar con él, lo colocaba con extremo cuidado y precisión en el tocadiscos que se encontraba en una estantería alta y solo, sin nada que lo rodeara.
Entonces comenzaba el sufrimiento para él. Cogía la aguja y con la mano temblándole la colocaba, resistiéndose, en el vinilo que más tarde empezaba a sonar.
Después de limpiarse el sudor y las lágrimas que esto le producía, me miraba y me decía con la sonrisa en sus labios de nuevo:
"Los surcos del vinilo son como nuestros corazones. Sirven para clavar agujas que dañan nuestra superficie e incluso a corto plazo nos hacen débiles. Pero esas agujas hacen que tengamos un corazón más profundo y resistente. A los vinilos no les gusta que les clavemos la aguja, pero saben que es la única manera de que su belleza se note, de que su música suene."
Entonces callaba y cerraba los ojos dejándose llevar por la música y sus recuerdos.
Yo le observa con admiración y entusiasmo. Era un ídolo, un hombre admirable.
Cada día repetía el mismo proceso con distintos vinilos, con historias diferentes.
Era un loco, un loco por la música. Un loco por vivir.